Solté el libro de mala gana de donde lo había cogido anteriormente, di las buenas noches lo mejor que pude y apagué mi lamparita de lava tomando una posición fetal y abrazándome a la almohada. Esa era mi típica posición para coger el sueño. Lo que me pregunto siempre es como al día siguiente amanezco de una forma totalmente diferente a la que yo pensaba que iba a despertarme.
***
No había pasado mucho tiempo desde que Gina entró a la Residencia. Si acaso unos diez minutos andando. Los suficientes para haber llegado a casa a paso ligero, pero no era mi intención alejarme mucho de allí por si la escuchaba gritar pidiéndome auxilio.
Estaba seguro que esa chica me había atravesado demasiado hondo como para olvidarme de ella. No comprendía mi actitud. Ninguna chica se me había resistido, pero ahora era diferente. Gina era dulce, tranquila, simpática, callada, no hacía preguntas sin sentido pero tampoco es que hayamos hablado demasiado. De todos modos tampoco me gustan mucho las personas que no callan. Gina sin duda era especial. Una chica digna de un caballero de armadura, pero dicho sea de paso yo no era exactamente un jinete con un corcel de crines blancas y brillantes. Tampoco me importaría serlo pero mi vida giraba entorno al skate, a los graffitis y a las piruetas. Mi cabeza iba maqueando de que forma podía conseguir entablar una conversación medianamente buena con ella; fue inútil. No teníamos nada en común. Yo era un travieso callejero y ella una ciudadana ejemplar. Yo iba ensuciando y ella limpiando las calles. Sin duda lo que más me cautivó de ella fue su mirada. Esa mirada intimidante que causaba sensaciones dentro de cualquier persona. No sé si lo hace a conciencia, pero si es así lo hace extraordinariamente.
Saqué mis llaves del bolsillo trasero del pantalón vaquero y abrí cuidadosamente la puerta de la calle sin apenas emitir ruido. Subí a mi habitación sigilosamente. Mi madre estaba harta de amenazarme con que limpiase mi cuarto; no obstante nunca le hacía caso, la veía incapaz de tirar todo lo que me había dicho. De hecho podría hacer una lista de las veces que me ha advertido. Aunque sé de primera mano que no es capaz.
Lo cierto era que mi estancia era una leonera, pero no podía evitar tenerlo todo desordenado para sacar de quicio a mi madre. Sin embargo mi padre era más calmado. Él iba a lo suyo, a su trabajo y sus quehaceres. Yo no le molestaba a él y viceversa. Mi madre, al contrario que mi padre, se llevaba diariamente gritando así que creo que mi carácter lo he heredado de mi progenitor sosegado. Celine, que es como se hace llamar mi superiora; es decir mi madre, se pasaba el día gritando; pero no porque estuviera loca, sino porque le gusta demasiado mandar, he ahí el nuevo nombre de ella, que dicho sea de paso desconocía por completo. ¡Como para decírselo!. Me cogería de la oreja y me llevaría arrastrando hasta la cocina hasta que se la dejase reluciente con "r", expresión que utilizaba alguna que otra vez para definirle al hijo tan pulcro que había dado a luz, a lo que ella añadía "me da igual si es con "r" o con "l" lo que quiero es que sea con escoba, recogedor y a ser posible con fregona". Como podéis comprobar es una maniática de la limpieza.
A mi padre, al cual he mencionado anteriormente como un hombre pacífico no sé que demonios se le estaría pasando por la cabeza cuando pidió a mi madre en matrimonio. Supongo que estaría un poco ebrio, o quizás bastante. Con él todo era diferente. Las mañanas en las que Richard, mi querido padre, descansaba nos la pasábamos viendo fútbol americano, incluso alguna que otra vez habíamos viajado hasta américa para ver en vivo y en directo un partido de esos, ¡que tiempos!. Ya era distinto. Yo trabajaba en Vehículo sobre ruedas, y él apenas tenía tiempo para quedarse a comer. Alguna que otra vez cuando me he recogido a una hora técnicamente correcta le he visto ver en el salón a oscuras las noticias mientras se tomaba una copa de Whisky. Pero como de mis horas correctas hace tiempo que no hablo mejor centrémonos en mis incorrecto horario.
Todo empezó cuando tenía dieciséis años. Me recogí un invierno de madrugada a -1ºC, cosa que ni me importó, como una cuba. No era capaz ni de introducir la llave en su correspondiente cerradura, e incluso creo haberme confundido de puerta, haber llamado al timbre erróneo y salir disparado a la vez que mi oído escuchaba unas palabras mal sonantes escupidas de la misma persona que me arrojó al vacío. Cuando al fin conseguí entrar todo fueron gritos por parte de mi madre y serenidad por parte de mi padre. Recuerdo como fue la conversación:
-Celine por dios, deja al chico, ¿no ves que ha llegado entero? - decía mi padre mientras agarraba a mi madre de las manos para que una no fuera a parar a mi cara congelada.
-¡Richard por tu culpa tu hijo se está volviendo un maleducado! - gritaba mi madre.
-Yo me abro chicos - expuse como solución al problema.
-Tú te quedas aquí jovencito. Si tienes valor te mueves un centímetro de aquí.
-Celi es temprano, los vecinos duermen y tú estás gritando como una posesa. Quiero dormir. Me tengo que levantar a las ocho de la mañana y con tus aullidos no puede coger el sueño nadie. Hazme el favor, vayámonos todos a la cama, mañana nos levantamos más refrescados y hablamos esto con calma. ¿De acuerdo? - calmaba mi padre mientras entrecerraba los ojos de una manera continua e inquietante, tanto que parecía que fuera a caerse redondo al suelo.
-Está bien, de acuerdo. Pero que sepas Jacques que me has tenido toda la noche en vela esperando una llamada tuya, por poco se me sale el corazón del pecho pensando en lo que te habría podido pasar. Hijo, Paris no es un lugar en el que te puedas mover libremente. Las calles por la noche se vuelven tenebrosas y pueden ocurrir muchas desgracias. No quiero imaginarme si te ocurre algo. No podría perdonármelo en la vida - manifestaba mi madre mientras se le saltaban las lágrimas de la preocupación.
-Lo siento - conseguí decir. No era consciente en ese momento de la preocupación de mis padres. Sólo quería subir a mi cuarto y sin cambiarme de ropa tirarme en la cama a dormir todo lo que pudiera.
También me acuerdo que nada más llegar a mi habitación y cerrar la puerta tropecé y me dí con el colchón en toda la cara. No me importó demasiado así que con esfuerzo me fui arrastrando como pude hacia la almohada que estaba en la otra punta del catre esperando mi derrota.