domingo, 3 de julio de 2011

El jinete sin armadura.

Cogí un libro titulado La puerta de atrás. Trataba sobre una chica de corta edad, creo recordar que unos dieciséis o quizás diecisiete años, que a causa de los traslados del trabajo de su padre siempre encontraba en los alrededores alguna casa abandonada a la que parecía que llamasen unas fuerzas sobrenaturales. Kelly había leído muchos libros sobre magia oscura, espiritismos y mucha clase de libros de hechicería barata. No paraba de arrinconarse en casas que se caían a trozos o de podar malas hierbas de éstas buscando algún cementerio externo en un jardín repoblado de verde o una puerta oxidada que llevase a otro lugar maldito. La verdad es que el libro no me estaba haciendo demasiada gracia pero lo cierto era que no podía dejar de leerlo. Para mi parecer la protagonista estaba un poco tocada de la cabeza pero sin duda su actitud no se alejaba mucho a la mía; fisgona pero a la vez miedica. Intenté leer aunque fueran unos capítulos pero me fue imposible debido al tecleo de mi compañera que solo cesaba cuando se desperezaba y emitía algo parecido a un sonido contagioso que pronto adoptaría yo.


Solté el libro de mala gana de donde lo había cogido anteriormente, di las buenas noches lo mejor que pude y apagué mi lamparita de lava tomando una posición fetal y abrazándome a la almohada. Esa era mi típica posición para coger el sueño. Lo que me pregunto siempre es como al día siguiente amanezco de una forma totalmente diferente a la que yo pensaba que iba a despertarme.


***

No había pasado mucho tiempo desde que Gina entró a la Residencia. Si acaso unos diez minutos andando. Los suficientes para haber llegado a casa a paso ligero, pero no era mi intención alejarme mucho de allí por si la escuchaba gritar pidiéndome auxilio.

Estaba seguro que esa chica me había atravesado demasiado hondo como para olvidarme de ella. No comprendía mi actitud. Ninguna chica se me había resistido, pero ahora era diferente. Gina era dulce, tranquila, simpática, callada, no hacía preguntas sin sentido pero tampoco es que hayamos hablado demasiado. De todos modos tampoco me gustan mucho las personas que no callan. Gina sin duda era especial. Una chica digna de un caballero de armadura, pero dicho sea de paso yo no era exactamente un jinete con un corcel de crines blancas y brillantes. Tampoco me importaría serlo pero mi vida giraba entorno al skate, a los graffitis y a las piruetas. Mi cabeza iba maqueando de que forma podía conseguir entablar una conversación medianamente buena con ella; fue inútil. No teníamos nada en común. Yo era un travieso callejero y ella una ciudadana ejemplar. Yo iba ensuciando y ella limpiando las calles. Sin duda lo que más me cautivó de ella fue su mirada. Esa mirada intimidante que causaba sensaciones dentro de cualquier persona. No sé si lo hace a conciencia, pero si es así lo hace extraordinariamente.

Saqué mis llaves del bolsillo trasero del pantalón vaquero y abrí cuidadosamente la puerta de la calle sin apenas emitir ruido. Subí a mi habitación sigilosamente. Mi madre estaba harta de amenazarme con que limpiase mi cuarto; no obstante nunca le hacía caso, la veía incapaz de tirar todo lo que me había dicho. De hecho podría hacer una lista de las veces que me ha advertido. Aunque sé de primera mano que no es capaz.

Lo cierto era que mi estancia era una leonera, pero no podía evitar tenerlo todo desordenado para sacar de quicio a mi madre. Sin embargo mi padre era más calmado. Él iba a lo suyo, a su trabajo y sus quehaceres. Yo no le molestaba a él y viceversa. Mi madre, al contrario que mi padre, se llevaba diariamente gritando así que creo que mi carácter lo he heredado de mi progenitor sosegado. Celine, que es como se hace llamar mi superiora; es decir mi madre, se pasaba el día gritando; pero no porque estuviera loca, sino porque le gusta demasiado mandar, he ahí el nuevo nombre de ella, que dicho sea de paso desconocía por completo. ¡Como para decírselo!. Me cogería de la oreja y me llevaría arrastrando hasta la cocina hasta que se la dejase reluciente con "r", expresión que utilizaba alguna que otra vez para definirle al hijo tan pulcro que había dado a luz, a lo que ella añadía "me da igual si es con "r" o con "l" lo que quiero es que sea con escoba, recogedor y a ser posible con fregona". Como podéis comprobar es una maniática de la limpieza.

A mi padre, al cual he mencionado anteriormente como un hombre pacífico no sé que demonios se le estaría pasando por la cabeza cuando pidió a mi madre en matrimonio. Supongo que estaría un poco ebrio, o quizás bastante. Con él todo era diferente. Las mañanas en las que Richard, mi querido padre, descansaba nos la pasábamos viendo fútbol americano, incluso alguna que otra vez habíamos viajado hasta américa para ver en vivo y en directo un partido de esos, ¡que tiempos!. Ya era distinto. Yo trabajaba en Vehículo sobre ruedas, y él apenas tenía tiempo para quedarse a comer. Alguna que otra vez cuando me he recogido a una hora técnicamente correcta le he visto ver en el salón a oscuras las noticias mientras se tomaba una copa de Whisky. Pero como de mis horas correctas hace tiempo que no hablo mejor centrémonos en mis incorrecto horario.

Todo empezó cuando tenía dieciséis años. Me recogí un invierno de madrugada a -1ºC, cosa que ni me importó, como una cuba. No era capaz ni de introducir la llave en su correspondiente cerradura, e incluso creo haberme confundido de puerta, haber llamado al timbre erróneo y salir disparado a la vez que mi oído escuchaba unas palabras mal sonantes escupidas de la misma persona que me arrojó al vacío. Cuando al fin conseguí entrar todo fueron gritos por parte de mi madre y serenidad por parte de mi padre. Recuerdo como fue la conversación:

-Celine por dios, deja al chico, ¿no ves que ha llegado entero? - decía mi padre mientras agarraba a mi madre de las manos para que una no fuera a parar a mi cara congelada.

-¡Richard por tu culpa tu hijo se está volviendo un maleducado! - gritaba mi madre.

-Yo me abro chicos - expuse como solución al problema.

-Tú te quedas aquí jovencito. Si tienes valor te mueves un centímetro de aquí.

-Celi es temprano, los vecinos duermen y tú estás gritando como una posesa. Quiero dormir. Me tengo que levantar a las ocho de la mañana y con tus aullidos no puede coger el sueño nadie. Hazme el favor, vayámonos todos a la cama, mañana nos levantamos más refrescados y hablamos esto con calma. ¿De acuerdo? - calmaba mi padre mientras entrecerraba los ojos de una manera continua e inquietante, tanto que parecía que fuera a caerse redondo al suelo.

-Está bien, de acuerdo. Pero que sepas Jacques que me has tenido toda la noche en vela esperando una llamada tuya, por poco se me sale el corazón del pecho pensando en lo que te habría podido pasar. Hijo, Paris no es un lugar en el que te puedas mover libremente. Las calles por la noche se vuelven tenebrosas y pueden ocurrir muchas desgracias. No quiero imaginarme si te ocurre algo. No podría perdonármelo en la vida - manifestaba mi madre mientras se le saltaban las lágrimas de la preocupación.

-Lo siento - conseguí decir. No era consciente en ese momento de la preocupación de mis padres. Sólo quería subir a mi cuarto y sin cambiarme de ropa tirarme en la cama a dormir todo lo que pudiera.

También me acuerdo que nada más llegar a mi habitación y cerrar la puerta tropecé y me dí con el colchón en toda la cara. No me importó demasiado así que con esfuerzo me fui arrastrando como pude hacia la almohada que estaba en la otra punta del catre esperando mi derrota.

viernes, 1 de julio de 2011

El toque de queda.



Caminaba a paso lento, después de haber llamado al porterillo para que me abrieran la puerta, por el jardín que se encontraba a la entrada de la Residencia. A mi espalda notaba como la mirada de alguien se clavaba en mi, pero no hice ningun caso. Sabía perfectamente de quien se trataba y mirar hacia atrás sería ponerme los dientes largos.


Me adentré en la Residencia viendo a la secretaria aun en recepción, seguramente fueran cosas de papeleos. Tampoco es que me importase mucho y no tenía pensado preguntarle, así que seguí andando hacia mi destino.


-Por si no lo sabe señorita Jonhson la Residencia tiene un toque de queda a las doce de la noche se cierran las puertas para todo el mundo. Se lo he dejado pasar porque es el primer día y aun no ha salido ningún comunicado, de hecho estoy trabajando en él. Así que haga el favor de que no se vuelva a repetir esta tardanza o tendré que comunicárselo a la dirección - dijo parándome en seco al escuchar mi apellido y sin ningún tipo de reparo.


-De acuerdo, no será necesario.


¿Pero cómo va a comunicarle nada a la dirección si ya soy mayor de edad y entro y salgo lo que me da la realísima gana?. No quería discutir, por lo que le dí las buenas noches lo educadamente que pude en el momento y me marché.


Llevaba la llave de la puerta, la tarjeta, en la cartera que se encontraba en el pequeño bolso que llevaba colgando de mi hombro derecho. No me gustaba llevar siempre bolso, sólo en ocasiones especiales y ese momento lo requería. Pretendía hacer el menor ruido posible al entrar después de que se abriera la puerta para no molestar a mi compañera de habitación, la cuál no me caía demasiado bien pero tampoco iba a hacerle la vida imposible si ella no me la hacía a mi, por supuesto. Para mi sorpresa estaba aún despierta. Lo que más raro me resultó fue no ver a Janet por ahí rondando o como digo yo "haciendo amigos".


-Hola - saludé sin ningún tipo de reparo.


-Buenas noches, Jonhson - dijo sin ni siquiera mirarme a la cara. Estaba muy metida en aquello que estuviera haciendo en su Netbook.


Parece ser que por Francia las personas se dirigen hacia otras por sus apellidos pero con Jacques yo no podía, de hecho ni con Jacques ni con nadie. No estaba acostumbrada pero si era así no me quedaba más remedio. Fui al armario que me correspondía y en el que la misma tarde de este mismo día guardé la ropa que se encontraba en mi correspondiente maleta. No hacía frío pero tampoco demasiada calor así que opté por unos pantalones que llegasen a la rodilla y una camiseta de mangas cortas, de todos modos si llegase a tener frío siempre tenía la posibilidad de taparme pero si me entraba calor iba a ser más difícil quedarse en paños menores con alguien a tu lado que conoces de cinco minutos. Entré en el baño, donde se encontraban todas mis pertenencias como mi cepillo de dientes, zapatillas, peine, etc. Sin embargo, mi espacio no era nada comparado con el de Edelmira; ya que había utilizado casi en su totalidad los cajones del mueble que estaban situados debajo del lavabo. A mi me daba absolutamente igual yo con tener un pequeño espacio para mis cosas me bastaba y me sobraba. Mi madre solía decirme que yo podría vivir perfectamente en treinta metros cuadrados a lo que mi padre añadía que quizá en menos de eso. Yo no estaba de acuerdo, bueno en parte sí. Siempre lo he tenido todo recogido, o casi siempre. Ese casi es porque alguna vez que otra iba a llegar tarde a alguna cita y dejaba todo patas arriba pero llegase a la hora que llegase o estuviera en el estado que estuviera tenía que recogerlo antes de tirarme redonda en la cama. Soy así de especial.


No había cenado, pero tampoco tenía ganas de ello. De todos modos me extrañaría que a las doce y pico de la madrugada hubiera en la cocina algo para comer o mejor dicho alguien. Llevaba un día en Paris y todavía me costaba adaptarme a algunas costumbres como el horario o la utilización de los apellidos a los nombres de pila. Me cepillé el pelo, de hecho recuerdo que desde los quince años todas las noches lo hacía se convirtió en mi como una costumbre, me lavé los dientes y cambié mis deportivas por mis zapatillas de estar por casa. Salí de nuevo con la ropa en mis manos doblada para guardarla de nuevo en el armario donde saqué la que ahora llevaba puesta. Encendí mi lámpara de lava morada. Las camas estaban puestas de forma en que la de mi compañera y la mía estuvieran en paralelo y pegadas a la pared encontrandose así juntas las pequeñas mesitas que había a cada lado, en mi caso al derecho y en el suyo al izquierdo.