miércoles, 29 de diciembre de 2010

Se llama decepción.

Cada día nos encontraremos con personas que no merecerán la pena, ni una palabra que salga de nuestra boca o una simple frase escrita por nosotros.

Y sí, ayer caí en la conclusión, después del sufrimiento de que en el mundo tiene que haber de todo, incluso personas que quieran pisotearte, pero que sólo podrán si le dejas. Individuos que dejarán todo el trabajo que haces, todo el tiempo que dediques y todo el empeño que le pongas  por los suelos. Pero de nuevo todo esto sucederá si quieres.

He escuchado palabras de todo tipo: inculta, meticulosa, borde ... incluso fea. Pero no me importó, no tenía la necesidad de creer lo que me decían sólo porque hago lo que hago y me gusta. Sí, soy aficionada a escribir ¿quién no ha soñado con publicar el libro de su vida?, ¿quién no necesita en un momento determinado enfrentarse a un papel y poner como se siente en ese momento porque su ánimo está por los suelos? Todos, hasta el último ser vivo que exista. Sin embargo anoche escuche la palabra inmadura. Ese adjetivo, y mucho más sin conocerme, me llegó muy hondo. Sé a la perfección que no lo soy, pero me lo creí. Admití las palabras de un desconocido, y la única culpable que hay aquí soy yo. Después de lágrimas, respiración entrecortada y ánimos nocturnos estimé las palabras que escupió por su boca y recapacité. Medité sobre lo que dijo y caí en la conclusión, en seguida, de como una persona sin conocerme, sin leer nada que haya escrito y sin ni siquiera entablar una conversación formal conmigo pudo llegar a patearme, pisotearme e incluso aplastarme.

Y lo peor de todo no es que esa persona viva por y para tirar por borda todo lo que hacemos, sino que nosotros, ¡encima!, le dejamos.

Con todas estas palabras, esta recapacitación y lo que me queda por vivir pretendo equivocarme una vez, pero no dos. Y como dijo Sócrates en su día partiré del "sólo sé que no sé nada".

lunes, 27 de diciembre de 2010

Muerte súbita.

De nuevo nuestro diálogo pasó a un incómodo silencio. La lluvia no cesaba y las canciones del grupo Secondhand Serenade, al fin pude saber cómo se llamaba el grupo, no paraban de sonar. Salimos de la autopista y nos adentramos en una carretera que estaba llena de baches y en la que pasaba un coche esporádicamente. La calma se hizo aburrida entre nosotros, es más alguna vez que otra se me cerraron los ojos y casi pude quedarme dormida pero no quise parecer débil ante él. Estaba anocheciendo y tuvo que encender los faros del coche. El chubasco no me dejaba más que unas imágenes difuminadas de las cuales no pude fijarme mucho en cómo era el paisaje lo que sí recuerdo es ver una casa a lo lejos casi en lo alto del pico de la montaña más alta, de ir contando alrededor de unos doce árboles para no aburrirme  y dejar de hacerlo por no divisar ninguno más y por olvidarme por el número que iba contando. El panorama era un poco desolador. De repente y sin previo aviso un coche a gran velocidad hizo que el automóvil de Bryan se zarandease y yo de su frenazo en seco quedé estupefacta. Por un momento vi mi vida pasar como un globo de helio por el cielo y se me subió tanto la sangre a la cabeza que no sabía si lo que estaba era respirando o intentando no quedarme en el sitio para no pasar al otro lado del espejo. Bryan paró como pudo en un lugar en el que no había obstáculos con los que chocar y procuró no derrapar en algún charco que hubiera cerca. Estaba enfadado, bastante enfadado, Golpeó con las dos manos el volante y murmuró entre dientes “hijo de puta”, pero yo hice caso omiso a lo que había escuchado además tampoco tenía la suficiente energía en ese momento como para maldecir a aquel demente que casi pudo matarnos. Mi cara se quedó pálida, tan pálida como los polvos de talco y casi no tenía saliva para asumir aquel contratiempo que pudo suceder. Él bajó rápidamente del coche y se fue corriendo hacia la puerta del asiento en el que yo me encontraba.

-Zoe ¿estás bien? – me preguntó agarrando una de mis manos mientras se ponía en cuclillas frente a mí y con los ojos nerviosos mirándome de arriba abajo para asegurarse que estaba completamente ilesa.

No podía hablar, no tenía en ese momento boca y tampoco palabras para describir lo que sucedió. Mucho menos tenía ganas de recordar como por poco y gracias a la ayuda del cinturón no salgo volando por los aires y ese era mi último día de vida.

-¡Zoe joder dime algo! – se levantó y me agarró de los hombros zarandeándome de adelante hacía atrás.
Seguía sin musitar palabra alguna y cada vez se estaba preocupando más o al menos eso notaba en su ritmo nervioso y en cómo le temblaban las manos que seguían apoyadas encima de mis hombros. El seguía ante mí fuera del coche mojándose de arriba abajo por la lluvia que caía cada vez más fuerte y sin cesar.

-Se acabó – dijo enfadado.

Me quitó el cinturón y tiró de mi como pudo, a pesar de mi poco peso, para arrancarme del interior del coche y sacarme de allí para que me diera un poco el aire. Y también para que me mojase como lo estaba él. Consiguió sacarme del vehículo y apoyarme contra el arco de la puerta, pero seguía igual y esta vez mirando fijamente al suelo y sin creerme aun lo que pudo pasar pero que no pasó. Agachó la cabeza para mirarme y vi en él un rostro de complicidad conmigo.

-Por favor Zoe, dime algo, aunque sea lo primero que se te pase por la cabeza pero hazlo ya ¡me voy a volver loco!.

En ese momento la lluvia, los gritos de Bryan hacia mí y muchas más sensaciones se apoderaron de mí y rompí a llorar. A pesar de mi silencioso llanto él pudo darse cuenta de que el agua que caía no era el mismo que recorría mis mejillas. Me agarró de las mejillas con su mano derecha e intentó secar mis lágrimas, o al menos apartarlas de mi pómulo, pero al unirse mis lágrimas con el agua que diluviaba era misión imposible la separación entre ellos. No me salió nada más que acercarme a él, a pesar de la poca distancia que nos unía, y abrazarle. Fui correspondida. Me devolvió el abrazo y con el unas caricias en mi pelo que no notaba mucho porque el frío y la lluvia estaban creando en mí una efecto que no podía soportar durante mucho tiempo. Mi cuerpo estaba entrecortándose, mi corazón estaba agarrotado a mi pecho y mi ansiedad y el respirar con dificultad no ayudaban en la situación.

-Ya pasó Zoe, no te preocupes estoy contigo – dijo mientras su abrazo se hacía más cálido a pesar del frío que hacía y de lo mojados que estábamos por la lluvia.

Dejamos de hacerlo, nos separamos. Él se fue a su respectivo asiento y yo al mío. Los asientos estaban empapados y a menos que instalase una chimenea en el coche que nos diera suficiente calor no nos íbamos a secar. Puso la calefacción al máximo y arrancó de nuevo el vehículo. Se quitó una de las camisetas que llevaba encima porque era la que más agua había absorbido y su pelo de nuevo estaba alocado por su humedad. Seguía enfadado, no sé hasta qué punto pero su inquietud, en menor medida que la mía, me hizo pensar que no sería ni el primer ni el último accidente que ha contemplado pero que sabía sobrellevarlo mejor que yo. Sus sienes al igual que antes se tensaron y esta vez más que nunca clavó su mirada en la carretera para que nada más pudiera pasar en el día de hoy. Mi mirada sin yo poder ordenar sobre ella se iba a él, le miraba, le contemplaba, me encantaba cada gesto de su rostro ovalado. Sentía cada vez más la necesidad de darle aunque fuera las “gracias”, pero mis labios aún no estaban preparados para musitar alguna que otra palabra ni si quiera para regalarle una sonrisa y que pudiera observar que me encontraba en perfectas condiciones, en ese momento más que nunca parecía un cadáver a su lado. 

sábado, 25 de diciembre de 2010

El beso.

-Venga vamos – abrió la puerta y me dio paso haciéndome una reverencia – las damas primero – sonrió.

Y yo le devolví la sonrisa por aquel gesto tan caballeroso por su parte. Salimos del bar y él se despidió tanto de los compañeros que trabajaban con el cómo de su jefe que estaba distraído viendo los deportes como para hacerle demasiado caso a Bryan.

El frío en la calle era infernal y mis manos estaban congeladas. Miré en mi bolso pero me acordé de que cuando vacié el bolso para encontrar más rápido mi neceser al recoger las cosas me olvidé de coger los guantes así que sólo me tuve que conformar con frotarme las manos para calentármelas un poco.

-Toma – me entregó en una mano sus guantes negros de cuero suave y brillante – no es gran cosa pero al menos quita el frío por el algodón de su interior.


Nuevamente un gesto caballeroso que me dejó con la boca abierta y que le agradecí tanto yo como mis manos.

-Sígueme lo más rápido posible – salió corriendo por la calle y yo que no quería correr de nuevo me quedé impactada y quieta mientras veía como huía de mí - ¡vamos! – me gritó indicándome con una mano que corriera hacia donde estaba él.

Yo sin más remedio tuve que echar a correr como si hubiéramos robado un banco o peor ¡matado a alguien! Porque si no nadie se explica el porqué de correr tan estúpidamente como lo estaba haciendo él y como tenía que hacer yo para contentarle. Pero de repente note que se paró en seco y que al lado de él se encontraba una chica en la que notaba un cierto interés por él. Se me encendió un poco la mecha de los celos, pero al mismo tiempo pensé que eran sentimientos de niña pequeña y actuaciones absurdas por mi parte.

-¡Hola Bryan! – se acercó a él para darle dos besos y este apartó la cara al momento para que ni siquiera le rozase la piel – que tímido estás últimamente – sonrió aquella chica, que no conocía, un tanto avergonzada por el gesto que le hizo, normalmente este tipo de chicas están acostumbradas a que los hombres coman de su mano.

-¿Qué quieres Penélope? – exclamó con indiferencia.

Llegué hasta donde estaba él y me coloqué a su lado sin intención de nada solamente de escuchar la conversación tan interesante que tenía con aquella chica que de nuevo no la conocía pero que ya sí que sabía cómo se llamaba aunque tampoco me interesaba demasiado.

-Sólo quería saludarte Bryan, sabes que tú y yo somos muy buenos amigos y como amiga tuya que soy tendré que saludarte cuando te vea ¿no? – me miró con cara de repugnancia y yo no le aparté la mirada a pesar de que eso era lo que ella esperaba – y, ¿quién es esta pequeña?, no sabía que tenías una hermana, que mona eres ¿cómo te llamas?.

-No es mi hermana, es … es … – me miró como si no quisiera decir algo, pero que estaba a punto de decirlo – mi novia, exacto es mi novia.

-¡Venga ya por favor pero si a ti te gustan las rubias como yo! – afirmo mofándose de él pero a la vez y más que nada de mí – cuéntame otro chiste mejor Bryan.

La rabia y la prepotencia que reinaba en el ese mismo momento le hizo que actuase de forma despectiva y atrevida delante de aquella chica, de forma que me agarró con sus manos de las sienes y se agachó hasta mis labios para darme el beso nunca escrito ni filmado por algún autor o director. “No es lo que parece, no es lo que parece … lo hace por despecho, sí, por despecho a esta chica tan fastidiosa”. Cuando soltó mi rostro que estaba pálido en aquel momento por lo que acababa de hacer no sabía exactamente si lo que había pasado era un sueño o fue tan real como que tengo el pelo color caoba. La duda creó en mi un desconcierto que me obligo a pegarme un pellizco.

-¡Auch! – grité por la pulgarada que me acababa de propiciar en el brazo.

Aquel pellizco me hizo darme cuenta de que todo, pero absolutamente todo era real. Aquella chica rubia con aires de superioridad, elegante y poco cortés me alertó de que tenía que tener mucho cuidado con ella. Después de que Bryan se precipitase a mí para darme aquel beso tan pasional sin apenas conocernos me dejo cierto desconcierto, sin embargo no fue lo que más me gusto de la escena sino que ver la cara de póker que se le había quedado a aquella rubia lerda me hizo tanta gracia que no pude soportar reírme en su cara, y así lo hice.

-Pero … pero tú … – parecía como si se le hubiera trabado la lengua y en ese momento estaría gritando dentro de ella “tierra trágame” – ¡pero si es horrenda! Yo sé que te gusto, lo que me imagino es que pretendes darme celos ¡ay! Que inocente.

-Inocente eres tú creyendo que me gustas, pero también una ilusa. Sigue imaginando porque conmigo no vas a conseguir nada muñeca – le guiñó un ojo y él también se rió de ella, que no con ella – ¡bye, bye! – se despidió.

Me agarró de la cintura para seguir con aquella falsa, aunque de la forma en que lo hacía daba que pensar que le gustaba tanto como a mí. Me quedé sin articular palabra. Me dejó hechizada. De nuevo imagine a aquella chica eh … ¿Penélope? Sí, a Penélope muriéndose de celos y aquellos pensamientos aunque no eran los más correctos  me gustaban. Al cruzar la esquina me soltó de las caderas y con aquel gesto se fue la magia que había en mí.



-Siento haber hecho eso sin tu consentimiento, pero tenía que cerrarle la boca a esa ave de rapiña. No para de acosarme, ¿por qué crees que he salido corriendo?.

sábado, 11 de diciembre de 2010

La cafetería.

Sin darme cuenta llegué a la calle en la que me paré con el coche para preguntar dónde se encontraba el hotel. No me lo pensé dos veces y volví a la cafetería. Al entrar mis orificios nasales captaron el fuerte olor a tabaco de aquel espacio cerrado. Me acerqué a la barra, a la misma barra que hace minutos visité y en la que me atendió un amable y simpático chico cuyo nombre no sé.

Creo que él fue de las pocas personas que me dirigió una sonrisa y que me miró, mentiría si dijera que no tenía ganas de encontrarme de nuevo con esa dentadura tan blanca y perfecta. Pero me encontré con la sorpresa de que él no estaba allí y ahora me sabía mal entrar, dirigirme a la barra y salir de nuevo sin ni siquiera tomarme algo.

-¿Qué desea? – me miró con gran atención un camarero que estaba detrás de la barra.

-Póngame una Coca Cola – sinceramente ni me apetecía, me entraron ganas de decirle “quiero saber dónde está el chico que estaba aquí esta mañana”, pero me guardé ese comentario.


Se agachó para coger un botellín de Coca Cola y llenó el vaso con hielo de una forma rápida y eficaz. Daba gusto el trabajo de aquellos camareros, pero no obstante la hediondez del humo era repugnante.





Salí de la cafetería , con mi refresco en la mano, y a pesar del frío que hacía me senté en una de las sillas que había fuera de ella. Fui bebiendo paulatinamente del vaso mientras miraba con gran curiosidad los altos edificios de la zona y observando todo lo que alcanzaba mis ojos. Me encontré con la sorpresa de mi despiste que aquel camarero de esta mañana estaba caminando hacia aquí, no hacía mí sino hacía la cafetería. Por un momento me puse nerviosa pero no vi el porqué de aquella situación tan incómoda. Me hice la despistada por si no se daba cuenta de que yo estaba allí y así ocurrió, pero me acordé por un momento de que no había pagado el refresco y tendría que volver a entrar para hacerlo. De todas formas había venido para verle y ahora que le vi no me atrevía a decir nada, no obstante tampoco tenía nada de qué hablar con un recién conocido, que ni era conocido.


Entré en la cafetería con el vaso vacío en la mano y me fui acercando poco a poco a la barra como si de una ladrona me tratase, no le vi detrás de la barra así que mi tranquilidad iba aumentando por momentos. “¿Dónde estará?”. Estuve esperando a que me atendiera alguien para pagar mi bebida y de repente alguien por detrás estaba tocando mi hombro con un dedo llamando mi atención. Me giré y me encontré con la sorpresa de que era aquel chico.