sábado, 25 de diciembre de 2010

El beso.

-Venga vamos – abrió la puerta y me dio paso haciéndome una reverencia – las damas primero – sonrió.

Y yo le devolví la sonrisa por aquel gesto tan caballeroso por su parte. Salimos del bar y él se despidió tanto de los compañeros que trabajaban con el cómo de su jefe que estaba distraído viendo los deportes como para hacerle demasiado caso a Bryan.

El frío en la calle era infernal y mis manos estaban congeladas. Miré en mi bolso pero me acordé de que cuando vacié el bolso para encontrar más rápido mi neceser al recoger las cosas me olvidé de coger los guantes así que sólo me tuve que conformar con frotarme las manos para calentármelas un poco.

-Toma – me entregó en una mano sus guantes negros de cuero suave y brillante – no es gran cosa pero al menos quita el frío por el algodón de su interior.


Nuevamente un gesto caballeroso que me dejó con la boca abierta y que le agradecí tanto yo como mis manos.

-Sígueme lo más rápido posible – salió corriendo por la calle y yo que no quería correr de nuevo me quedé impactada y quieta mientras veía como huía de mí - ¡vamos! – me gritó indicándome con una mano que corriera hacia donde estaba él.

Yo sin más remedio tuve que echar a correr como si hubiéramos robado un banco o peor ¡matado a alguien! Porque si no nadie se explica el porqué de correr tan estúpidamente como lo estaba haciendo él y como tenía que hacer yo para contentarle. Pero de repente note que se paró en seco y que al lado de él se encontraba una chica en la que notaba un cierto interés por él. Se me encendió un poco la mecha de los celos, pero al mismo tiempo pensé que eran sentimientos de niña pequeña y actuaciones absurdas por mi parte.

-¡Hola Bryan! – se acercó a él para darle dos besos y este apartó la cara al momento para que ni siquiera le rozase la piel – que tímido estás últimamente – sonrió aquella chica, que no conocía, un tanto avergonzada por el gesto que le hizo, normalmente este tipo de chicas están acostumbradas a que los hombres coman de su mano.

-¿Qué quieres Penélope? – exclamó con indiferencia.

Llegué hasta donde estaba él y me coloqué a su lado sin intención de nada solamente de escuchar la conversación tan interesante que tenía con aquella chica que de nuevo no la conocía pero que ya sí que sabía cómo se llamaba aunque tampoco me interesaba demasiado.

-Sólo quería saludarte Bryan, sabes que tú y yo somos muy buenos amigos y como amiga tuya que soy tendré que saludarte cuando te vea ¿no? – me miró con cara de repugnancia y yo no le aparté la mirada a pesar de que eso era lo que ella esperaba – y, ¿quién es esta pequeña?, no sabía que tenías una hermana, que mona eres ¿cómo te llamas?.

-No es mi hermana, es … es … – me miró como si no quisiera decir algo, pero que estaba a punto de decirlo – mi novia, exacto es mi novia.

-¡Venga ya por favor pero si a ti te gustan las rubias como yo! – afirmo mofándose de él pero a la vez y más que nada de mí – cuéntame otro chiste mejor Bryan.

La rabia y la prepotencia que reinaba en el ese mismo momento le hizo que actuase de forma despectiva y atrevida delante de aquella chica, de forma que me agarró con sus manos de las sienes y se agachó hasta mis labios para darme el beso nunca escrito ni filmado por algún autor o director. “No es lo que parece, no es lo que parece … lo hace por despecho, sí, por despecho a esta chica tan fastidiosa”. Cuando soltó mi rostro que estaba pálido en aquel momento por lo que acababa de hacer no sabía exactamente si lo que había pasado era un sueño o fue tan real como que tengo el pelo color caoba. La duda creó en mi un desconcierto que me obligo a pegarme un pellizco.

-¡Auch! – grité por la pulgarada que me acababa de propiciar en el brazo.

Aquel pellizco me hizo darme cuenta de que todo, pero absolutamente todo era real. Aquella chica rubia con aires de superioridad, elegante y poco cortés me alertó de que tenía que tener mucho cuidado con ella. Después de que Bryan se precipitase a mí para darme aquel beso tan pasional sin apenas conocernos me dejo cierto desconcierto, sin embargo no fue lo que más me gusto de la escena sino que ver la cara de póker que se le había quedado a aquella rubia lerda me hizo tanta gracia que no pude soportar reírme en su cara, y así lo hice.

-Pero … pero tú … – parecía como si se le hubiera trabado la lengua y en ese momento estaría gritando dentro de ella “tierra trágame” – ¡pero si es horrenda! Yo sé que te gusto, lo que me imagino es que pretendes darme celos ¡ay! Que inocente.

-Inocente eres tú creyendo que me gustas, pero también una ilusa. Sigue imaginando porque conmigo no vas a conseguir nada muñeca – le guiñó un ojo y él también se rió de ella, que no con ella – ¡bye, bye! – se despidió.

Me agarró de la cintura para seguir con aquella falsa, aunque de la forma en que lo hacía daba que pensar que le gustaba tanto como a mí. Me quedé sin articular palabra. Me dejó hechizada. De nuevo imagine a aquella chica eh … ¿Penélope? Sí, a Penélope muriéndose de celos y aquellos pensamientos aunque no eran los más correctos  me gustaban. Al cruzar la esquina me soltó de las caderas y con aquel gesto se fue la magia que había en mí.



-Siento haber hecho eso sin tu consentimiento, pero tenía que cerrarle la boca a esa ave de rapiña. No para de acosarme, ¿por qué crees que he salido corriendo?.

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