lunes, 27 de diciembre de 2010

Muerte súbita.

De nuevo nuestro diálogo pasó a un incómodo silencio. La lluvia no cesaba y las canciones del grupo Secondhand Serenade, al fin pude saber cómo se llamaba el grupo, no paraban de sonar. Salimos de la autopista y nos adentramos en una carretera que estaba llena de baches y en la que pasaba un coche esporádicamente. La calma se hizo aburrida entre nosotros, es más alguna vez que otra se me cerraron los ojos y casi pude quedarme dormida pero no quise parecer débil ante él. Estaba anocheciendo y tuvo que encender los faros del coche. El chubasco no me dejaba más que unas imágenes difuminadas de las cuales no pude fijarme mucho en cómo era el paisaje lo que sí recuerdo es ver una casa a lo lejos casi en lo alto del pico de la montaña más alta, de ir contando alrededor de unos doce árboles para no aburrirme  y dejar de hacerlo por no divisar ninguno más y por olvidarme por el número que iba contando. El panorama era un poco desolador. De repente y sin previo aviso un coche a gran velocidad hizo que el automóvil de Bryan se zarandease y yo de su frenazo en seco quedé estupefacta. Por un momento vi mi vida pasar como un globo de helio por el cielo y se me subió tanto la sangre a la cabeza que no sabía si lo que estaba era respirando o intentando no quedarme en el sitio para no pasar al otro lado del espejo. Bryan paró como pudo en un lugar en el que no había obstáculos con los que chocar y procuró no derrapar en algún charco que hubiera cerca. Estaba enfadado, bastante enfadado, Golpeó con las dos manos el volante y murmuró entre dientes “hijo de puta”, pero yo hice caso omiso a lo que había escuchado además tampoco tenía la suficiente energía en ese momento como para maldecir a aquel demente que casi pudo matarnos. Mi cara se quedó pálida, tan pálida como los polvos de talco y casi no tenía saliva para asumir aquel contratiempo que pudo suceder. Él bajó rápidamente del coche y se fue corriendo hacia la puerta del asiento en el que yo me encontraba.

-Zoe ¿estás bien? – me preguntó agarrando una de mis manos mientras se ponía en cuclillas frente a mí y con los ojos nerviosos mirándome de arriba abajo para asegurarse que estaba completamente ilesa.

No podía hablar, no tenía en ese momento boca y tampoco palabras para describir lo que sucedió. Mucho menos tenía ganas de recordar como por poco y gracias a la ayuda del cinturón no salgo volando por los aires y ese era mi último día de vida.

-¡Zoe joder dime algo! – se levantó y me agarró de los hombros zarandeándome de adelante hacía atrás.
Seguía sin musitar palabra alguna y cada vez se estaba preocupando más o al menos eso notaba en su ritmo nervioso y en cómo le temblaban las manos que seguían apoyadas encima de mis hombros. El seguía ante mí fuera del coche mojándose de arriba abajo por la lluvia que caía cada vez más fuerte y sin cesar.

-Se acabó – dijo enfadado.

Me quitó el cinturón y tiró de mi como pudo, a pesar de mi poco peso, para arrancarme del interior del coche y sacarme de allí para que me diera un poco el aire. Y también para que me mojase como lo estaba él. Consiguió sacarme del vehículo y apoyarme contra el arco de la puerta, pero seguía igual y esta vez mirando fijamente al suelo y sin creerme aun lo que pudo pasar pero que no pasó. Agachó la cabeza para mirarme y vi en él un rostro de complicidad conmigo.

-Por favor Zoe, dime algo, aunque sea lo primero que se te pase por la cabeza pero hazlo ya ¡me voy a volver loco!.

En ese momento la lluvia, los gritos de Bryan hacia mí y muchas más sensaciones se apoderaron de mí y rompí a llorar. A pesar de mi silencioso llanto él pudo darse cuenta de que el agua que caía no era el mismo que recorría mis mejillas. Me agarró de las mejillas con su mano derecha e intentó secar mis lágrimas, o al menos apartarlas de mi pómulo, pero al unirse mis lágrimas con el agua que diluviaba era misión imposible la separación entre ellos. No me salió nada más que acercarme a él, a pesar de la poca distancia que nos unía, y abrazarle. Fui correspondida. Me devolvió el abrazo y con el unas caricias en mi pelo que no notaba mucho porque el frío y la lluvia estaban creando en mí una efecto que no podía soportar durante mucho tiempo. Mi cuerpo estaba entrecortándose, mi corazón estaba agarrotado a mi pecho y mi ansiedad y el respirar con dificultad no ayudaban en la situación.

-Ya pasó Zoe, no te preocupes estoy contigo – dijo mientras su abrazo se hacía más cálido a pesar del frío que hacía y de lo mojados que estábamos por la lluvia.

Dejamos de hacerlo, nos separamos. Él se fue a su respectivo asiento y yo al mío. Los asientos estaban empapados y a menos que instalase una chimenea en el coche que nos diera suficiente calor no nos íbamos a secar. Puso la calefacción al máximo y arrancó de nuevo el vehículo. Se quitó una de las camisetas que llevaba encima porque era la que más agua había absorbido y su pelo de nuevo estaba alocado por su humedad. Seguía enfadado, no sé hasta qué punto pero su inquietud, en menor medida que la mía, me hizo pensar que no sería ni el primer ni el último accidente que ha contemplado pero que sabía sobrellevarlo mejor que yo. Sus sienes al igual que antes se tensaron y esta vez más que nunca clavó su mirada en la carretera para que nada más pudiera pasar en el día de hoy. Mi mirada sin yo poder ordenar sobre ella se iba a él, le miraba, le contemplaba, me encantaba cada gesto de su rostro ovalado. Sentía cada vez más la necesidad de darle aunque fuera las “gracias”, pero mis labios aún no estaban preparados para musitar alguna que otra palabra ni si quiera para regalarle una sonrisa y que pudiera observar que me encontraba en perfectas condiciones, en ese momento más que nunca parecía un cadáver a su lado. 

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