lunes, 24 de enero de 2011

Recuerdos del susodicho.

En un momento, en el cual mi mente no podía mirar más allá de mis pensamientos divisé de pronto un sentimiento de culpabilidad, o quizá de pena.

-¿Sabes?. Yo no sabía que ser guapo o guapa era un requisito indispensable para poder vivir en este mundo metafísico - afirmé extraña porque ni yo misma era capaz de reconocer mis propias palabras.

-Nadie dijo que el mundo fuera fácil y mucho menos que no fuera físico. Aquende donde me ves no soy nada más que carne, arrugas y hueso, pero aquí - hizo un movimiento grácil, golpeándose con pequeños toques y con su delicado dedo índice el lado derecho de su frente - aquí - repitió siguiendo con sus impactos sensibles - Eleanor somos más que personas. Somos unos desconocidos que vagamos por el mundo de las Ideas, como ya dijo el gran Aristocles renombrado como Platón, y nos adentramos en nuestras pequeñas evocaciones para hacer daño a este que tenemos aquí - puso la mano izquierda sobre su pecho aludiendo al músculo más monumental que conforma nuestro organismo y que gracias a él podemos seguir viviendo, pero que cuando ya cesen sus movimientos nosotros nos iremos con ellos. Creo que quedó bastante claro, pero para desenmarañar todo este enredo y para los que no sean capaces de ver más allá y no lean entre líneas no es más que el corazón.

-Ya pero ...

-Hoy no hay peros Leonor - me llamaba de un diferente nombre cada vez porque le gustaba jugar con las palabras de mi apelativo - la existencia se ha hecho para el más fuerte, el que sufre y sale de los agujeros y las piedras que la vida el va dejando por el camino es quien sobrevive. O así hizo saberlo Marx con su teoría de la evolución.

-Abuelo, sabes que soy muy pequeña, para saber tantas cosas. Mamá te dijo que no me llenases la cabeza de pajaritos.


-Tu madre es una ignorante. No te lleno la cabeza de aves ni de ningún otro animal, sólo de sabiduría. De aquello que a tu madre le falta pero que sin embargo a ti te veo capaz de captar al momento - me indicó con una sonrisa de oreja a oreja por lo orgulloso que estaba de mí - Elea, llegará un momento en el que yo no estaré contigo y aún así tu estarás conmigo. Es algo difícil de entender pero ya te he dicho que tú tienes la capacidad de recoger porque grábate esta pequeña frase en la cabeza "el saber no ocupa lugar", no se sabe quien lo dijo pero seguramente fuera quien fuese hizo esa frase para ti.


En ese momento mi abuelo me arropó en la cama, me dio un beso en la mejilla y se fue a paso sosegado hasta alejarse lo suficiente como para cerrar la puerta.

-Que descanses mi pequeña erudita - dijo casi sin voz antes de marcharse en su totalidad.

"El saber no ocupa lugar ..." me repetía y repetía toda la noche sin llegar a ninguna conclusión en particular.

Ahora después de veinticinco primaveras estoy en mi habitación, aquella estancia en la que mi abuelo se sentaba a los pies de mi cama y me contaba, películas según mi madre, las historias nunca mencionadas. Sigo recopilando cada palabra, cada gesto, cada minuto que mi antepasado dedicaba a mi aprendizaje. Nunca olvidaré aquellas despedidas que hacía siempre antes de marcharse "que descanses mi pequeña erudita" y que yo le mencionaba en aquella cama de hospital en la que después de tantos años, desgraciadamente, tuve que despedirme de él con un "sensato es aquel que duda de no saber pero que sin pensar sabe más de lo que cree" y con un breve "te quiero abuelo" a penas sonoro.

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