jueves, 6 de enero de 2011

Del derecho, del revés, mire por donde lo mire nada quiere ver.

Margaret von Hausen fue en sus tiempos la chica más materialista del mundo, o eso suponía. Mantuvo relaciones con chicos que eran de la clase alta e incluso le propusieron matrimonio que ella de muy buena gana rechazó. Pero cuando llegó el último hombre de su vida, antes de llegar a los treinta y pico años, cambió radicalmente la forma de pensar y actuar.


Fue la típica mujer que llevaba en la cartera tropecientas tarjetas de crédito, dinero en metálico e inclusive cheques, por si por un casual compraba algo de gran valor económico. Es duro saber que la solitaria y soltera Margaret antes era una derrochadora compulsiva, o al menos después de ver su actitud ante el malgasto del patrimonio económico que hacen las personas en los días festivos más señalados. Tampoco es que sus padres la hubieran ayudado mucho a no despilfarrar tanto. Su padre era notario de un gran banco europeo y la madre era una de las mejores arquitectas que pisó Europa. Ésta treintañera en su adolescencia escupía dinero allí por donde pasase, nunca tuvo problemas económicos pero sí sentimentales. Sus padres rara vez se encontraban en casa, típica familia que supone que con dinero se compra a la gente, y ella como joven alocada no le importaba porque era cuidada una niñera a la que con el tiempo le llegó a coger mucho cariño, tanto que le pedía dinero a sus padres para ella y se lo regalaba a la institutriz. Cuando los padres de la muchacha von Hausen tenían que viajar por asuntos laborales ella se dedicaba a estar en la gran casa en la que vivía, aunque no muy felizmente, pero como podía y por supuesto saciando todas sus necesidades ya que como he dicho sus riquezas eran elevadas y su educadora le daba libertad para hacer lo que quería después de hacer su correspondiente tarea.

En su cabeza discurrían evocaciones sobre el ama de llaves y el cocinero que habitaban la morada de los von Hausen. Cuando los padres de Marge, que es el nombre por el que normalmente era llamada por la cuidadora, no estaban en casa el cocinero se dedicaba a preparar los aperitivos que le gustaban a la cría y que le hacían entreabrir las aletas de la nariz al máximo debido al olor que exhalaba aquella comida tan apetitosa.

Margaret a su juventud era otra más, otra muchacha igual o más curiosa que las demás. Pero los momentos curiosos de aquellos diminutos pasatiempos de la joven los contaré en otro momento.

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