domingo, 16 de enero de 2011

Delicado prado verde.

La pequeña, pero no menos importante, habitación de la niña estaba rodeada de juguetes que sus padres le fueron comprando con el paso de sus años pero que fue olvidandose de ellos por no querer seguir jugando a cosas de "niños pequeños", o así los llamaba ella a pesar de su minoría de edad, ya que se sentía una fémina cualificada para actuar como un adulto de mediana estatura. Allí estaba ella maqueando un plan para poder introducirse dentro de aquella puerta oxidada que cada vez estaba despertando más la curiosidad de Margaret.


Pensó en salir de noche y abrir la puerta, pero la idea de que alguien estuviera al otro lado de ella le producía cosquilleo por el cuerpo, y no precisamente era aquel hormigueo que sentía cuando su padre apretujaba su delicada piel para hacerle cosquillas. Ideó en su inteligente cabeza si podría salir de día y pasar aquella enorme puerta, pero de día estaba con Inga, la institutriz que le ayudaba a hacer los deberes y que cada día le enseñaba una lección que duraba alrededor de unas ocho horas, demasiado tiempo para una niña de seis años pero los padres querían que su hija fuera la más perspicaz cuando llegase a secundaria. Y por la tarde tenía clase de ballet, piano o cualquier cosa que la mantuviera ocupada mientras los padres estaban de viaje, aún así pensó en mentir de nuevo a su mejor amiga y profesora diurna, Inga, para que la dejase un día sin actividades extra-escolares, o así las llamaba ella aunque no fuera al colegio.




Cayó en la cuenta de la hora que era, casi las doce de la noche, y como siempre la ama de llaves pasaba a revisar las habitaciones para observar si la cría estaba dormida o seguía despierta como alguna que otra que la pilló husmeando en la cocina en busca de una onza de chocolate o atiborrándose de helado de vainilla, en verano por supuesto. Pero fue más astuta que ella y apagó la lámpara de mesa, que estaba cubierta de una tela blanca con estampados de flores y mariposas posadas en ellas, de su habitación antes de que ésta pasase por allí y descubriera que aún Marge estaba despierta y sumida en sueños desadormecidos. Muy a pesar de la heredera von Hausen sus padres nunca habían estado ninguna noche en casa para arropar a la pequeña y ni decirle cuanto la querían con un beso de despedida y leerle un cuento de la generación Disney de los tantos que tenía en su estantería sin tan siquiera estrenar. Su mayor pena era la de no poder contar con alguno de sus padres, y así era, la cría no podía contar con ninguno de ellos para hacer aquellas cosas a las que ella llamaba "actividades de niños pequeños" pero que ella añoraba pasar más de una tarde con el padre corriendo por el espacioso jardín que tenían en la parte trasera de la casa o jugar con su mamá a las muñecas o a los disfraces, sinceramente les envidiaba aunque tan sólo fuera envidia sana.

2 comentarios: